El Cid
La concepción integradora de unidad política, religiosa y nacional, es de procedencia cidiana. Aquí aparecen aquellos rasgos de una España imperial que han de encontrarse a lo largo de las luchas por la Reconquista.
Sin dudas la Epopeya constituye la primera expresión genuina del género literario español. De origen popular, cobrará vida en las figuras de aquellos cantores vagabundos llamados a su tiempo mimi, histriones, thimelici, jocularis, jeculator: juglares. Para el siglo XIV asumirán el nombre derivado del francés de menestrel o ministril.
El juglar castellano no corrió con la suerte de aquellos líricos provenzales que fueron retratados e inmortalizados. Para estos, la gloria de sus poemas y el olvido eterno de sus nombres.
La Primera Crónica General de España ordenada por Alfonso X el Sabio, contiene el mayor repertorio de la épica castellana, constituyendo a la poesía narrativa lo mismo que los cancioneros para la lírica. Esta se nutre fundamentalmente de lo histórico, siendo abordada con pasión y fuerza dramática por aquellos juglares. Contrasta notablemente con la lírica, de tonos redondeados, intimistas, delicados. La lengua gallega era más apropiada para esos asuntos de histórico dominio provenzal.
El Cantar del Mío Cid es el primer texto de la literatura española en constituirse como obra extraordinaria.
Data aproximadamente del 1140, y la obra más difundida será una transcripción del Abad Pedro de principios del siglo XIII (Per Abbat). Es todo lo que sabemos del autor y francamente no es lo que nos convoca. El maestro don Menéndez de Pidal destaca que, por su lenguaje, debió de ser un cristiano que viviera entre moros. Agreguemos a esto que nuestro Abad en su afán por remozar la obra entre manos no haría sino dotarla de confusión -trabajo arduo para quienes vinieron después el de lograr restablecerla a su sencillez y belleza original-. Hoy, su lectura es algo enjundiosa pero deja ese gustillo delicado que solo una obra inmortal puede dejar.
El tono con que se desarrolla la historia es el austero y franco de aquellos juglares castellanos. Puntual en las descripciones, logra en muy pocos trazos definir a cada personaje invocado.
Nuestro héroe no posee cualidades insólitas ni traba amistad con las divinidades ni posee las dotes del histrión. La obra es tan magnífica por lo que dice como por lo que calla. Enjuta, fibrosa y veraz: el propio Cid.
No será este Cantar ni el primero ni el último. Este tipo de poesía pervivió hasta el siglo XV quedando apenas fragmentos o prosificaciones citadas en ciertas crónicas.
A la copia de Per Abbat le faltó una hoja al inicio y dos en el interior del códice. Estas serán suplidas por unas narraciones prosificadas que figuran en la Crónica de Veinte Reyes de Castilla, obra encargada por Alfonso X el Sabio de fines del siglo XIII.
El Cid muere en el 1099. Hacia el 1110 el moro valenciano Ben Alcama, testigo del asedio y conquista de Valencia por el Héroe, escribiría una minuciosa relación de los hechos, fuente indudable de nuestra obra. Se titulaba Elocuencia evidenciadora de la gran calamidad. Para esos mismos años, el moro portugués Ben Bassam detallaba en su Tesoro de las excelencias de los españoles su admiración hacia el caudillo enemigo a quien consideraba como prodigio del Creador.
Dentro del mundo cristiano surgirá la Historia Roderici, cuyo autor pareciera ser un clérigo mozárabe compañero en ocasiones del Cid.
En vida del Héroe se escribió el Carmen campidoctoris, trabajo de un clérigo catalán que narra los combates entre éste y el Conde de Barcelona. Y por supuesto, el propio Poema del mío Cid, de unos cuarenta años posterior a la muerte de don Rodrigo Díaz de Vivar.
La Vida del Cid
La realeza en la sangre del niño Rodrigo proviene de un tío abuelo, Nuño Alvarez, quien aparece confirmando los diplomas reales del rey Fernando I. Su hermano, el abuelo materno propiamente, Rodrigo Núñez, será de quien herede a nuestro personaje su propio nombre.
Poco se sabe de sus primeros años. Su juventud durante el reinado de Fernando I nos revela su audacia precoz al vencer a cinco reyes moros y llevarlos como prisioneros para presentarlos ante su madre, influencia vital cuyo nombre ignoramos.
Habiendo muerto al Conde don Gómez de Gormaz -la obra de Cots que acabamos de ver no nos deja mentir sobre el respecto-; la hija de éste, Jimena Gómez, obtendrá del rey Fernando el favor de ser desposada con el matador de su propio padre. Más como no se le conoció otra esposa que doña Jimena Díaz, hay quienes piensan que esto último fue creación de los juglares. Lo concreto es que se trate de primeras nupcias o que ambas “Jimenas” respondan a la misma mujer, don Rodrigo recién se esposará orillando los treinta años, todo un hombre.
Se cree que nació en el 1043. Su padre, Diego Laínez, moriría al año en que Rodrigo entraría al servicio del infante don Sancho, primogénito del rey Fernando I, apenas un puñado mayor de años que el propio Rodrigo. Será el propio infante don Sancho quien le ciñera la espada de caballero.
En ocasión del traslado de los restos de San Isidoro de Sevilla a León, el rey Fernando hizo la partición de su reino entre sus tres hijos Sancho, Alfonso y García, para asegurar la paz entre ellos a la hora de su muerte. A sus hijas Urraca y Elvira les dio el señorío de todos los monasterios de los tres reinos con la sola condición de que no se casasen jamás.
Probablemente por ser primogénito y aspirar a heredarlo todo, o por no aceptar la fragmentación del reino de los godos, Sancho libraría la guerra a sus hermanos.
Fernando murió en su residencia real de León en 1065. Se iniciaría un proceso de expansión de la hegemonía castellana en dirección al Ebro. Y aquí nacería la estrella del Cid.
Guerrero y jurista a un tiempo, se destacaría tanto en el ágora como en el campo de batalla. Y luego de un triunfo notable contra el “doctor” de Navarra por la posesión de la villa de Pazuengos, se ganaría el rótulo de Campidoctor (campidoctus). Para su segunda contienda en el campo del derecho, vencería a su oponente, un sarraceno de Medinaceli, y luego lo ultimaría.
En su segundo año de reinado, don Sancho debió de disputar con Moctádir por la posesión de la amurallada y pintoresca “ciudad blanca”, Zaragoza. En la crónica hebrea de José en Zaddic de Arévalo dice “Fue ganada Zaragoza por Cidi Ru Díaz, en el año 4827 de la creación y 1067 de los cristianos”. En hebreo, Cidi equivale a Mío Cid, “Mi señor”, expresión algo castellana y algo mora.
Castilla se va expandiendo hacia el oriente. Una audacia sin límites renacía en la figura de Sancho el Mayor. Dos veces vencería Rodrigo al rey Alfonso. La lucha ahora se trasladaría a Zamora donde los leoneses se habían rebelado. Con la victoria en el puño, un osado rival, Vellido Adolfo, atravesó el campo de los sitiadores y mató de un lanzazo al rey Sancho. Con la muerte del Castellano, don Rodrigo quedaría en vasallaje del rey Alfonso.
Poca gracia causaba esto al pueblo castellano quien acusaba de la intriga y muerte de su rey nada menos que a doña Urraca, la “Señora de los monasterios”.
El destierro
Nadie en la corte creyó en la lealtad de Rodrigo hacia su nuevo rey. Y muy a su pesar nuestro Héroe terminaría convirtiéndose en el máximo representante de los castellanos intransigentes con los nuevos hados. El rey Alfonso, consciente de lo que ocurría, buscó en la unión entre su sobrina Jimena Díaz y el Cid una prenda de concordia. Y sin dejarse nada por hacer, a poco de los esponsales sufrirá Rodrigo su primer destierro.
El rey moro de Zaragoza lo recibió y lo nombró su Protector. Vemos ahora al Cid a las órdenes del glorioso Moctádir Ben Hud, rey célebre inmortalizado por sus bellezas arquitectónicas - el palacio de La Aljafería honra justamente su nombre y memoria- y su sabiduría. Era toda la escuela que precisaba Rodrigo. Y recuerde el Lector que a éste Moctádir fue a quien Sancho y Rodrigo combatieran y vencieran en tiempos en que Castilla parecía alcanzar la hora de su gloria.
A la muerte del rey, Mutámin y Alhayib le heredarán. Como siempre, uno representará los buenos intereses y ambiciones de su padre y el otro, la codicia de su raza. Sucedía por entonces misma cosa tanto entre feroces taifas como entre los humildes cristianos, y poco pasaría hasta que Alhayib atacara a su hermano pretendiendo el castillo zaragozano de Almenar. Cuenta la leyenda que para esta conquista se reclutaron hasta caballeros franceses. Lo cierto es que el Cid, al servicio de Mutámin, derrotará a los invasores y en un gesto propio de un semidios perdonaría las vidas de los nobles y les devolvería su libertad sin rescate alguno. Año del 1082.
Para el 1087 será el propio Alfonso quien irá por Zaragoza habiendo conquistado varios de los reinos taifas, incluso el de la poderosa Toledo. Será el tiempo en que un profeta guerrero, Ben Yuçuf, amo de las ciudades del Magreb, cruzaba el estrecho y se apersonaba en la península con la eterna guerra santa.
Alfonso no podrá con Yuçuf, y luego de una derrota impostergable acordará su reconciliación con Rodrigo en Toledo, en el año 1087. Dios así lo había querido; y desde las peores penurias de la cristiandad, la figura del Cid se elevará por sobre la de cualquier otro ser.
Recobrará brava y rápidamente las fortalezas del Levante y amenazará a la poderosa Valencia.
Y para la hora de las celebraciones, Alfonso volvería sobre nuestro Héroe con mayor crueldad que nunca, llegando incluso a encarcelar a doña Jimena y a sus hijos. Esto ya lo hemos visto de sobra: la bravura que escasea en algunos lados abunda en otros.
Vuelta Rodrigo a abrirse caminos. Esta vez con menos hombres ya que una gran parte de ellos habían partido en la ocasión a unirse a las huestes de Alfonso. Es aquí cuando Alhayib unirá fuerzas nuevamente con Berenguer, el conde de Barcelona y junto a algunos reinos vecinos buscará asestarle un golpe definitivo al Cid. Y fue en el Pinar de Tévar en donde el Héroe volverá a vencer a Berenguer adueñándose de una de sus dos espadas míticas: la “Colada”. Al final de la jornada, Rodrigo será amo del Levante español con varios reinos taifas como tributarios.
Para Alfonso en cambio la cosa no marchaba. Yuçuf volvería a recuperar lo suyo (1090).
Estando el rey en apuros en Toledo, buscará –y encontrará- restaurar relaciones con el Cid.
Luego de duras batallas Rodrigo alcanzará con la toma de Almenara y Murviedro el dominio absoluto sobre Valencia. Justo es reconocer que para esta ocasión una buena parte de la fuerza invasora no participó de las batallas. Los “Andalucí”, moros españolizados, no pactaron con los sanguinarios almorávides pero sí encontraron puntos de contacto y de paz con el Héroe. No pasaría mucho hasta que Alfonso, codiciando el reino de Valencia, uniera voluntades para conquistarla.
Alfonso, sabedor de la superioridad táctica y moral de Rodrigo, conseguirá el apoyo del rey de Aragón, del conde Barcelona y de las flotas de las repúblicas de Génova y Pisa. El Cid, en vez de esperar el ataque, adelantó sus hombres por sobre las posesiones de García Ordoñez apoderándose victorioso de Calahorra, Nájera y apostándose en el Logroño. El cerco que pretendiera Alfonso lograr con su flota anclada en el Mediterráneo fue un fiasco y los sitiados pasaron a ser sitiadores de los alrededores sin peligrar de modo alguno la fortaleza valenciana. Alfonso pedirá finalmente perdón al Cid quien como no podía ser de otro modo, aceptará lo que se le ofrece.
Ofrecemos aquí para nuestro Lector un camino acompañado por el Poema o Cantar del mío Cid.
Lo veremos desde sus inicios más despojados hasta el cénit de su esplendor con la reconquista de Valencia y en ese punto, presenciaremos la herida dura y desgraciada del deshonor de sus hijas causada por los infantes de Carrión quienes también llegaron a la vida del Cid de la mano del rey Alfonso. Ambas vidas, la de Rodrigo y la de Alfonso, estuvieron enlazadas pero con distintas suertes. El honor de sus Hijas se verá restaurado y llegarán, según nuestro poema, a ser reinas de Navarra y de Aragón.
Todo comenzó con el destierro...
El Poema del mio Cid
... o un poco antes, con la victoria de Cabra, donde el Cid vence a García Ordoñez quien procuraba adueñarse de las “parias” (tributos) destinadas al rey Alfonso de Castilla. De estas parias nacerán las intrigas fogoneadas por el propio conde Ordoñez y por doña Urraca, hermana de Alfonso. No pudiendo manejar la presión que el nombre de Rodrigo generaba entre la nobleza y la corte, Alfonso terminaría dictando una cruel sentencia de destierro.
Yermos y desheredados quedan los palacios de Rodrigo Díaz de Vivar. Sus últimas palabras fueron hacia su amigo el noble Minaya, a grand ondra tornaremos a Castiella.
Los ojos por entre las celosías de las casas de todo Burgos se posaban sobre la figura del Desterrado entre asombrados y asustados. La orden de Alfonso era clara: quien diere posada o ayuda alguna al de Vivar perdería los averes e más los ojos de la cara e aún demás, los cuerpos e las almas. Los suspiros confortaban al Castigado con algo de clemencia. ¡Que buen vassallo, si oviesse buen señore!. Y una niña sin prejuicio ni temor alguno se parará ante Rodrigo y lo bendecirá Çid, en el nuestro mal vos non ganades nada, más el Criador vos vala con todas sus vertudes santas.
En Burgos se sumará a Alvar Fáñez “Minaya” y a Rodrigo otro caballero, Martín Antolinez.
Cualesquiera fueran los destinos que los hados previeran para nuestro Héroe, no habría de alcanzarlos sin recursos. Antolinez urde un plan para apoderarse de una respetable fortuna de dos judíos, Vidas y Raquel quienes pesando dos cofres completamente llenos de arena y tomándolos por metales preciosos le anticiparon a Rodrigo unos cuantos cientos de marcos -más treinta en comisión al propio Antolinez por llevarles el negocio-.
Mil misas promete el Cid en el altar de la Catedral de Burgos. Y cerca de allí, en San Pedro de Cardeña, nuestro Cid dejará el cuidado de doña Jimena y de sus hijos al abad don Sancho. El regreso de su hombre y bodas dignas para sus hijas será el norte de los pensamientos de doña Jimena.
Los augurios eran algo confusos. Pero a la hora de partir de San Pedro de Cardeña ya había un centenar de caballeros castellanos quienes dejando casas e otros onores decidieron correr la misma suerte del de Bivar. Sin dudas Antolinez sumaba con este reclutamiento, a más de astucia, industria.
Fue durante aquella noche que nuestro Cid recibiría guía y consuelo celestes.
un sueñol priso dulce, tan bie se adurmió. El ángel Gabriel a él vino en visión;
Cabalgad, Çid, el buen Campeador,
Ca nunqua en tan buen `punto cavalgó varón;
Mientra que visquiéredes bien se fará lo to
Saliendo de tierras castellanas el Cid volverá a contar sus huestes. Trezientas lanças todas con pendones.
Hacia el sud señalaban los hados. Y ya en el reino moro de Toledo vemos como ceden los goznes de Castejón con los ardides de nuestro Cid quien lejos de marearse con las importantes riquezas que acaba de hacerse, enviará la remesa obligada al rey Alfonso de quien este reino era tributario. Ni Minaya ni los otros quisieron tomar de “la parte del león” y fueron las primeras prendas de reconciliación que recibiera “el leonés”.
Ya se avista Zaragoza. El castillo de Alcocer tampoco podrá resistir los ardides de Rodrigo quien cobraba día a día fama de santo y de astuto al tiempo que se le reconocía por su clemencia para con los vencidos.
Enormes ejércitos juntaron los reyes Fariz y Galve para recuperar Alcocer. Tan grande como el botín que quedara en manos de Rodrigo luego de vencerlos definitivamente en las cercanías del castillo de Alcocer.
¡Dios que bien pagó a todos sus vassallos
A los peones e a los encabalgados!
Bien lo aguisa el que en buen ora nasco
Quantos el trae todos son pagados.
Minaya partirá hacia Castilla a declarar las buenas nuevas al rey y a doña Jimena; a llevarle sosiego y dineros a los suyos, y a pagar las mil misas prometidas y juramentadas. Caballeros y peones, abades, cristianos y moros amigos todos se enriquecían en la hora de su naciente gloria. Nuestro juglar pone especial acento en este detalle del perfil de nuestro Héroe: Qui a buen señor sirve, siempre vive en deliçio. ¡Vaya uno a saber si, además de a la posteridad, nuestro bardo no estaría intentando procurarse una buena paga por su arte!.
Minaya llegará ante la corte de Alfonso quien le perdonará su osadía por abandonarlo pero no hará lo propio con el Cid de quien no obstante y sin pudor aparente recibe las presentajas e ganancias.
Al volver Minaya a tierras zaragozanas no lo hará solo. Otros doscientos abandonarán las cavilaciones de la corte y se las verán guerreando contra taifas y apóstatas junto al Cid.
En los linderos de Lérida nuestro Héroe acampará en tierras protegidas por Ramón II Berenguer, el conde de Barcelona, el “Fratricida”. Lucharán entre ellos. Vencido el conde en la batalla del pinar de Tévar, recibirá su libertad a cambio de una posesión inestimable: la espada Colada. Pero a diferencia de como ocurriera entre los moros, la clemencia del Cid para con los nobles cristianos no cosechó sino desprecio y odio, virtudes éstas que se incrementaban a diario al tiempo que su aura era avistada cada vez desde mayores distancias...
El puerto de Alucat será donde fijará morada nuestro Cid. La mar salada será el escenario de sus proezas. Valencia zozobra.
Murviedro y Cebolla engrosarán las posesiones de Rodrigo. Se dirige hacia el sur de Valencia, en una proeza que le demandara unos tres años. A su llamado acuden ahora caballeros de a miles quienes buscan además de riquezas que sus nombres figuren a la hora de la verdad junto al del Cid. Ahora tre mil e seysçientos avie mio Çid el de Bivar. ¡Pensar en aquellos trescientos castellanos de los inicios y en la penosa circunstancia de la partida!.
En pleno clima festivo llegará un nuevo personaje para enriquecer la mezcla: el obispo don Jerome, bien entendido de letras e mucho acordado, de pie e de cavallo mucho era arreziado. ¿Cómo coronar la gesta sin un obispado? Don Jerome se encargaría de proveer al Cid de la liturgia y la conciencia viva de Su Obra. ¡Dios, que alegre era tod cristianismo que en tierras de Valençia señor avie obispo!.
Cargado de presentajas y gloriosas nuevas volvería Minaya a Castiella. Las noticias en Castilla y la reacción popular que generaba aquel Desterrado no podían ser ignoradas por Alfonso quien perdonará a la familia del Cid al tiempo que alentará la codicia de un par de muchachos nobles, Diego y Fernán, infantes de Carrión, quienes encuentran en las hijas de Rodrigo, don Elvira y doña Sol –nombres dobles, costumbre de la época, siendo los verdaderos los de Cristina y María-, un partido suculento e impostergable. Vemos nuevamente al conde García Ordoñez desde las sombras y tascando el freno. Los Ansúrez o Vanigómez eran mal vistos por nuestro juglar y por los castellanos en general quienes sentían aversión por los leoneses. De todos modos, los hijos de don Gonzalo Ansúrez y sobrinos del famoso Pero Ansúrez, conde de Carrión y Valladolid conformaban sin dudas un buen partido para las Muchachas. Y como Usted Lector sabe bien, los partidos…hay que jugarlos.
Vemos también como los caballeros castellanos sentían de buen tiempo a esta parte mayor afición por los logros del Cid que por las disputas nobiliarias. Alfonso, consciente de ello, procuraba aplaudir aquello que no podía prohibir. Y como vamos a entrar en terrenos oscuros de cierto costado humano, nuestro juglar se encarga de dividir aguas, y nos hace saber que Minaya fue a encontrarse con Vidas y Raquel a compensarlos por aquel timo de Antolinez que diera inicios a la epopeya cidiana. Y algo más: había llegado el tiempo soñado por ambos y Rodrigo podría reunirse para siempre junto a doña Jimena y a sus hijas. Solo que tal concesión vendría acompañada de turbulencia: la unión entre las Hijas de Rodrigo y los infantes de Carrión.
El Cid no se opondría a tales uniones. Escuchemos a doña Jimena: Non me place de emparentar con los Condes magüer sean de linaje. Rodrigo las entregará en casamiento al rey quien tomará los honores de unir entre distintas sangres. Igual, falta un poco más para ello.
Estamos con don Jerónimo al frente de una procesión desde Valencia. De festejos se trata: la señora doña Jimena se acerca al encuentro del Hombre que en buena ora çinxo espada. Luenga trae la barba, seguramente señal de alguna promesa que desconocemos pero aventuramos se relaciona con el futuro de su simiente. Y mientras Rodrigo y sus hombres dragoneaban entre corridas y muestras de destrezas, el oscuro rey Yuçef, desde Marruecos, trabajaba por recuperar los territorios y seres que ahora tan libremente festejaban y adoraban a un dios pálido como el Cristo.
çinquaenta vezes mil de arma…entraron sobre el mar,
en las barcas son metidos,
van a buscar a Valencia a mio Çid don Rodrigo.
Ya truenan los viriles atamores: Es hora de hombres.
A los mediados gallos, antes de la mañana,
el obispo don Jerome la missa les cantava,
la missa dicha grant sultura les dava,
‘El que aquí muriere lidiando de cara
préndol yo los pecados e Dios le abra el alma.
Pedirá para sí nuestro obispo las feridas primeras, petición que fuera del agrado de nuestro Héroe.
Los çinquaenta mil por cuenta fuero’ notados:
non escaparon mas de çiento e quatro.
Un botín sin precedentes, un espíritu exaltado. Y como corresponde, dióle Rodrigo el diezmo de su quinta a don Jerome caboso coronado. Volverá Minaya a Castiella con presentes fastuosos para Alfonso; pero esta vez, el rey saldrá a recibirlo en Valladolid. …vea ora que de mi sea pagado diría Alfonso lo que plogo a muchos e besáronle las manos.
…por tan biltadamientre vençer reyes del campo, lo cierto es que Alfonso comía más de la mesa del Cid que de la propia. (García Ordoñez, seguía con sus frenos. El amigo juglar no quiere que lo olvidemos y no lo haremos).
Abrá ondra e creçrá en onor por consagrar con iffantes de Carrión enfatizará el rey para con Minaya y los mensajeros que vuelvan a Valencia. Ya veremos como esta profecía se terminará cumpliendo al fín de cuentas.
Parten el Cid y los suyos a las vistas llamadas por el propio rey. Y fue a orillas del Tajo en donde recibirá Rodrigo un perdón absoluto y solemne y en contrapartida, entregará éste sus hijas en casamiento con los infantes. Y al otro día mañana, así commo salió el sol, el obispo don Jerome la missa cantó.
Y en busca de compartir la gloria de Rodrigo y sus posesiones y posición en Valencia es que vemos a nuestros infantes Diego y Fernán contrayendo compromiso de matrimonio con sus hijas.
De ellos partió la iniciativa de mezclar sangres. Luego del “cameo” de espadas en presencia del rey, ambas partes quedaron selladas en este asunto. Y Alfonso se vuelve a Castilla con presentajas incontables recuperando el Cid la cordialidad y amistad de un rey voluble. Ahora Rodrigo cuenta con un parentesco dotado de nobleza...
... y con otros cientos de caballeros castellanos quienes a esta altura hacían de Valencia una fortaleza más promisoria y pujante que aquella Castiella que menguaba prestigio a manos del Campeador.
Llegado el día fue Minaya, manero en la ocasión del propio rey Alfonso quien entregará a Don Elvira y doña Sol a sus jóvenes esposos. Vienen a la mente las advertencias del apóstol Pablo “No os unáis en yugo desigual”. Y como no, aquello que doña Jimena presentía sobre el asunto.
De leones y de infantes.
Costumbre era de algunos palacios el tener fieras entre sus bienes preciados. Osos, panteras y leones solían embellecer y dar vida a las excelencias arquitectónicas de sus Amos.
Cuenta nuestro juglar que hubo un día en que, infaustamente, se desatara el león.
Sin duda que las gentes comunes no verían en esto sino motivos de alarma y habladurías. Y como nuestro Cid descansaba, tocó a los infantes Diego y Fernán protagonizar lo que pudo haber sido un galón de bizarría en sus memorias y terminó siendo una anécdota jocosa con detalles de vileza. Fernán se escondió bajo el escaño de Rodrigo. Y Diego, para su desdicha, fue a parar do no se sumiera el diablo con tal suerte de cosas que para estar par dél, menester un incensario. Muchos tovieron por enbaídos ifantes de Carrión, fiera cosa les pesa desto que les cuntió.
Si no hubieran sido tan jóvenes, o quizás, de hallarse entre los suyos, podrían haber superado este baldón con holgura. De hecho, ya se escuchaban nuevos atamores anunciando la presencia del rey Bucar, pariente de aquél Yuçuf en playas valencianas. ¡Que mejor ocasión de mostrar bravía que en un combate! Aún hoy mil años después, nada puede superar esta instancia. Escuchemos a nuestro juglar:
Alegravas el Çid e todos sos varones
Que les creçe la ganaçia, grado al Criador.
Más sabed de cuer les pesa a ifantes de Carrión
Ca veyen tantas tiendas de moros de que no avien sabor.
Amos hermanos a part salidos son:
‘catamos la ganancia e la pérdida no’
Como era propio de aquellos tiempos que los caballeros quedaran excusados de ir a guerrear durante el primer año de casados, Rodrigo les dirá con claro acento paternal en braços tenedes mis fijas…en Valençia folgad a todo vuestro sabor ca d’aquellos moros yo so sabidor y arrancar me los trevo con la merçed del Criador. La confianza y la alegría son semillas que en ciertos corazones florecen en odios retorcidos.
Ya los vemos a don Jerome y a Minaya pugnando por quien sale primero al encuentro de Bucar.
Pero será el propio Cid quien le diera alcance al rey moro y en premio a su esfuerzo viril obtenga uno de sus dones más característicos: la espada Tizón. Y si mil años más tarde podemos asociar a la figura de Rodrigo junto a la de su fiel yegua Babieca y a la de sus dos espadas “Tizón” y “Colada”, será porque de algún modo, caballo y espadas, eran las extensiones de la bravura e hidalguía de nuestro personaje, y su don más característico.
Si esta victoria aparejo ganancias cuantiosas, sirvió para ensanchar la brecha y el desprecio que sentían hacia Rodrigo los muchachitos de don Gonçalo Ansúlvez, infantes de Carrión. El colmo de su odio contrasta con el de la gloria del Cid. Así suele suceder siempre. La gloria también suele florecer en equívocos.
Haremos silencio para escuchar las maquinaciones de los infantes.
Vayamos pora Carrión, aquí mucho detardamos
Los averes que tenemos grandes son e sobejanos
Despender no los podremos mientra que vivos seamos.
Pidamos nuestras mugieres al Çid Campeador
Digamos las llevaremos a tierras de Carrión
Enseñar las hemos do ellas heredadas son
Sacar las hemos de Valençia, de poder del Campeador
Después en la carrera feremos nuestro sabor
Ante que nos retrayan lo que cuntió el león.
Nos, de natura somos comdes de Carrión!
Averes levaremos grandes que valen grant valor
Escarniremos las fijas del Canpeador.
D’aquestos averes siempre seremos ricos omnes
Podremos casar con fijas de reyes o de enperadores
Y fue que, en el robledal de Corpes, las apearon a ambas de sus mulas, las desnudaron y azotaron. Del Romancero tomamos
En sangre las han bañado
Y con palabras injuriosas
Mucho las han denostado (…)
De vueso padre, señoras
En vos ya somos vengados.
Que vosotras no sois tales
Para con nusco casaros
Y ahora pagáis las deshonras
Que el Cid a nos hubo dado
Cuando soltara el león
Y procurara matarnos.
...limpia sale la sangre sobre los çiclatones
Ya lo sienten ellas en los sos coraçones (nótese el delicado tono poético de nuestro juglar poeta)
Ya no pueden fablar don Elvira e doña Sol
Por muertas las dexaron en el Robredo de Corpes
¡Hasta los mantos y los armiños de las mujeres se llevaron los infantes! “Por muertas las dexaron, sabed, que non por vivas” insiste el poeta.
Nuestros juglares –del poema y del romancero- pujan en contrapunto para que no erremos en el juicio hacia los infantes. Pero entre tantas líneas de peso podemos escuchar la voz de Rodrigo quien antes de partir los cuatro y sus acompañantes bendijera el nuevo sino de sus yernos e hijas con presentes caudalosos y con sus dos tesoros personales, la Colada y la Tizona, a Diego y Fernán quienes solo tenían para sí mismos al llegar a Valencia la sangre de Vanigómez.
Formaba parte de aquella compañía hacia Carrión Félez Muñoz, primo de Don Elvira y doña Sol.
La insistencia y las dudas de doña Jimena derivaron en el envío de alguien confiable quien certificara a su regreso en cuanto a las heredades de sus hijas en Carrión así como del trato que ambas recibieran en aquellas tierras. Ni bien Félez dio con sus primas y al ver que seguían con vida, las llevó hacia San Esteban de Gormaz en busca de sosiego y claridad. Pronto enviará las malas nuevas al Cid quien permitirá a Minaya se haga cargo de la situación mientras busca luz y entendimiento suficientes para saber qué medidas habrá de tomar en este asunto.
La “cort” de Alfonso
En temas delicados el rey solía llamar a su corte asumiendo para sí la función de “juez”. No hace falta agregar nada a lo expuesto para comprender la gravedad de estos hechos y sobretodo la relevancia que asumían por ser quienes eran los implicados.
Siendo el Cid el más notable e influyente entre sus omnes ricos , y siendo el propio Alfonso quien diera cabida y respaldo a estas bodas, no podía éste menos que enfrentarse a lo inevitable a la vista de todo un pueblo castellano que, “abiltados” como si se trataran de hijas propias, aguardaban impacientes en materia de resoluciones.
Toledo será el lugar escogido por el rey y donde se darán cita todos los involucrados.
por amor de mio Çid esta cort yo fago (…), desto que les avino aun bien serán ondrados.
En vano rogarían los infantes al rey para que desista de esta cort. Cumplidos los plazos, hacia Toledo marchan todos los citados.
Rodrigo no cruzará el Tajo. Buscará recogimiento y lucidez en San Servando, y quedará a la espera de sus compañías. En ese santo lugar tendrá su vigilia, de rodillas como corresponde a todo aquel que sabe que los asuntos no están del todo en sus manos y sin embargo quedan importantes cosas por hacerse y resolverse.
Cumplido con Dios –más tarde o más temprano todos deberemos de hacerlo-, prisará su luenga barba con un cordón en clara señal de advertencia y se dirigirá hacia la cort ante su señor don Alfonso. Los alcaldes serán los condes don Anrric y don Remond, yernos ambos de Alfonso y condes (gobernadores y omnes ricos) de Portugal y Galicia respectivamente.
Peticionada la paz entre los litigantes, a su turno Rodrigo demandará la devolución de sus dos tesoros personales, la Colada y la Tizona. En su corazón intuía que de no tomar iniciativa por estos lados, perdería su ocasión al momento de discutirse el asunto por la afrenta de sus hijas. Astuto, dio a entender a propios y a extraños que se vería compensado con un mero resarcimiento material. Ya doña Jimena lo había expresado en la intimidad de la alcoba “…eres Marte en la guerra. Y eres Apolo en la corte”.
El conde García Ordoñez, apoderado por los infantes, se reunirá en secreto durante el juicio y tomará la petición del Cid como un acto que en definitiva hace justicia y ennoblece a unos tanto como a otros
bien nos avendremos con el rey don Alfons,
demosle sus espadas quando así finca la boz,
e quando las toviere partir se a la cort.
Ya con sus espadas en su poder, presentará una segunda demanda, a todas las luces más gravosa: la devolución de los tres mil marcos en oro y plata que le obsequiara a sus yernos en ocasión de sus partidas hacia tierras de Carrión.
Los Infantes, desprovistos ya de las espadas gloriosas, no tenían absolutamente nada para negociar que fuera del interés de Rodrigo. Y para colmo de males, ni siquiera se había presentado a la cort aún el asunto que a todos convocaba.
Nuestro juglar nos invita a repasar los argumentos de García Ordoñez a favor de los infantes.
Los de Carrión son de natura tan alta
Non gelas devién querer sus fijas por barraganas (mujer legítima de clase inferior, que no goza de sus derechos civiles)
¿o quien gelas diera por parejas o por veladas?
Derecho fizieron porque las han dexadas
Y quanto el diga non gelo preçiamos nada.
García Ordóñez torpemente busca involucrar al propio rey en su participación directa y activa en las bodas desiguales. Nada se decía aún de los golpes brutales sino solo se posicionaba en un matrimonio mal habido y totalmente desprovisto de equivalencias.
Fernán agregaría a la elocuente exposición del conde
Nan creciés baraja entre nos e vos
De natura somos de comdes de Carrión
Deviemos casar con fijas de reyes o enperadores
Ca no perteneçien fijas de ifançones.
Porque las dexamos derecho fiziemos nos
Mas nos preçiamos sabet, que menos, no.
(Se vuelve a presionar sobre la posición del rey).
Ambos infantes terminarán retados a duelo por Pedro Bermúdez y Martín Antolinez, aquel de los judíos y el reclutamiento en Castilla. Un tercero, de aparición repentina, Ansuor Gonçálvez (¿hermano de los infantes?) también participará del duelo. Muño Gustioz tomará para sí a este último retador.
Terminamos con el juicio, y vemos a nuestro Cid "tollándose" el capiello (…) e soltava la barba e sacola del cordón. Su reparación era inobjetable. Doña Jimena tenía razón a la hora de ponderar los atributos de su marido en el campo de los letrados.
Resta agregar que entre los presentes se encontraban “Ojarra e Yéñego Ximenones”, infantes de Navarra y de Aragón, futuros yernos de nuestro Cid. Como se aprecia, acudieron en auxilio del rey, el único que pareció comprender que con un par de espadas -por gloriosas que éstas sean- devueltas a su legítimo dueño y unos cuantos marcos, no se aseguraba para sí una alianza duradera con el Señor de Valencia, al tiempo que
a un matrimonio malo debe sucederlo uno bueno...¡y rápido!.
Corolario
Aquí llegamos al final del Poema del mio Cid. Quedará para otras ocasiones el mismo estudio pero referente al Romancero, obra de características bien distintas a las del poema, de concepción más moderna e indudablemente más entramada con los aspectos estéticos y tradicionales que tanto han caracterizado a la España poética.
Hablemos un poco sobre el Cid desde la perspectiva de la presente obra.
a) Su inteligencia y miras eran propias de tiempos más despejados y acotados que los presentes.
El destino del hombre era una cuestión puramente terrenal o, si lo prefiere, el bien personal y su obtención eran cosas propias de este mundo y de ningún otro. Existía sin embargo un modo de trascendencia -desde Adán reconocemos algo como esto-. Esta trascendencia se expresaba a través de los lazos familiares y por extensión, los de la ciudad de origen o incluso como en este caso, los de una nación en ciernes. La fidelidad a estos lazos era sin dudas el basamento moral de todo hombre de bien. Alejarse de ellos era como trasponer aquellas columnas de Hércules, era exponerse a algo fuera de toda ciencia y certidumbre.
Aquellos reyes, tanto cristianos como musulmanes, sin dudas tenían un basamento moral distinto, amplísimo, que les permitía en aras de acopiar poder o en pos del bien general de su reinado, extenderse inescrupulosamente y sin mayores condicionamientos que los de su propia fuerza. Esto explica entonces la necesidad de Rodrigo por ganar nuevamente su sitial en Burgos y en Castilla junto a su señor y su rey, al tiempo que explica a su vez a Alfonso quien debía lidiar permanentemente con personajes influyentes que no soportaban ni al Cid ni a sus triunfos inocultables.
b) La prosperidad en las empresas era señal inequívoca del favor de Dios. Soy de la opinión que aún hoy en día no encontramos un mejor modo de asumir tales asuntos.
A medida que la imagen e influencias del Cid se extendían entre los reinos taifas y su nombre era sinónimo de virtud y poder, negarlo u oponérsele abiertamente podía ser una afrenta hacia el propio Dios. Por supuesto que siempre podían caer a la mano argumentos valederos o artificiosos para enlodar al Héroe. Pero ante los ojos de aquellos pueblos no había confusión alguna acerca de "Quién" era el Elegido. Tenga presente nuestro Lector que faltaba algo de tiempo para que llegara entre el mundo católico la notable figura de Francisco de Asís y con él la valoración excelsa del ascetismo y la pobreza. Hasta entonces, las riquezas y castillos que Rodrigo alcanzaba echaban por tierra cualquier duda sobre estos asuntos.
c) Ya vimos a Antolinez timando, en complicidad con nuestro Cid a dos paisanos burgaleses, Raquel y Vidas. El rey Salomón diría “no seas demasiado justo ni sabio con exceso. ¿por qué destruirte tú mismo? No hagas mucho mal ni seas insensato. ¿por qué morir antes de tiempo? Bueno es que tomes esto, y también de esto otro no apartes tu mano” (Eclesiastés 7:16-18). Sin forzar la enseñanza podemos afirmar que una vida buena –insisto, dejemos de lado a los reyes- se enlazaba con ciertas normas éticas inflexibles. Y a su tiempo los juglares tanto los del Poema como los del Romancero nos hicieron saber que tales dineros fueron devueltos y con creces a sus dueños.
El Cid era hombre bueno lo que conllevaba su natural generoso, honesto, diligente y bondadoso. Y al igual que otros hombres buenos de su tiempo, hallaba su justa retribución en el seno de una comunidad virtuosa y su prosperidad y dicha personales se enlazaban íntimamente con ésta. De aquí que nuestro juglar no deje jamás de recordarnos la importancia de aquellos trescientos caballeros que abandonándolo todo, unirían suertes y nombres a los del Cid.
d) La vida buena del hombre bueno era una vida religiosa.
Nadie finge su alegría cuando aparece en la vida de nuestros desterrados y sus gentes la figura singularísima del obispo don Jerome -Jerónimo de Perigord-. Y más allá de la buena cantidad de lecturas posibles sobre este tema, la presencia de la Iglesia enriquecía el entramado social y con él, la perspectiva de trascendencia del hombre Elegido y de todo su pueblo. Y si bien el Cid no era particularmente religioso, ya lo vimos con qué devoción y seriedad tomaba sus asuntos en relación a estos temas.
El simple hecho de que se le apareciera el ángel Gabriel como preludiando su gesta, no es menor ni queremos dejarlo correr.
La religiosidad del hombre bueno no navegaba por entonces en las aguas del misticismo. Nadie más alejado de esto que nuestro Cid. Pero no podía faltar la presencia de Dios en su gesta, no ya de la Iglesia sino del propio Criador quien, enviando mensajeros personales le asegure al Héroe el simple hecho que nada de lo que le suceda pasará inadvertido para El. Además, prepara emocionalmente al Elegido quien deberá soportar pruebas que ningún otro mortal podría siquiera imaginar. Pero ya vimos que no se trataba de hacerle comprender algún plan divino o que transmitiera algún mensaje a los suyos. Con recuperarle terreno a los moros, Dios se daba por cumplido.
e) La vital importancia que tenía para Rodrigo el poder contar con la presencia de su amada doña Jimena y sus hijas con él.
La figura de Jimena tenía su contracara, y era la de Doña Urraca, aquella hija del rey Fernando I y hermana de Alfonso quien tuviera una ambición y sed por el poder que sólo se les reconocía a los varones de la realeza. Se cuenta que doña Urraca vivió enamorada de nuestro Héroe –en el Romancero se lo dice expresamente- y que el rechazo absoluto que recibiera Rodrigo dentro de la corte de Alfonso respondía al despecho de la Doña (quizás alguna vez buscara en Rodrigo el consorte indispensable para derrocar al propio Alfonso).
Jimena no tenía la realeza de Urraca. Pero era de condiciones morales semejantes a las del Héroe y porqué no también -probablemente- de mayor atractivo físico...y mucho más joven. Que cosas pasan por la cabeza de una mujer desairada en amores es algo a lo que no nos atrevemos siquiera a agregar ni una línea más. Y si con escoger hija de vasallo en vez de hija de un rey Rodrigo pretendió limitar así la índole de sus problemas, ya vemos que tal cosa no ocurrió: bastó con que los ojos de doña Urraca se posaran en él para que tuviera problemas de reyes entre reyes. Y como los condes también le envidiaban la suerte al desterrado, Rodrigo, bastardo como era, se ganó su espacio entre los grandes a fuerza de recuperar para sí el derecho a ser aceptado nuevamente en tierra castellana.
Permítasenos una disgresión en este punto para resaltar la importancia de la figura de doña Urraca Fernández, Infanta de León y Señora de Zamora. Entendemos que nuestro juglar encarnando "la Voz de los Pueblos" tome partido por el Cid lo que a veces conlleva un injusto tratamiento a quienes le combatieron. Como figura política, doña Urraca merece un tratamiento serio no desprovisto de honor. Pero no será aquí donde lo reciba.
Y en cuanto a Jimena, mucho tuvo que padecer el brazo vengativo de su primo Alfonso y de doña Urraca. El ultraje de sus Hijas fue solo la coronación de una serie de malos tratos que se iniciara penosamente con el destierro de su marido. A la muerte de Rodrigo, poco tiempo pasaría para que Valencia fuera abandonada e incendiada de manos de Alfonso a los almorávides. Ya no había Cid que la preservara.
Volvamos al Cantar.
f) En cuanto a los infantes, creo que lo expuesto es suficiente. La cobardía y la vileza son prendas que no envejecen jamás. Sus actos suenan hoy tal y como sonaban hace mil años.
Lo que sucede es que en sociedades rígidas como aquellas, el violentar los estamentos dejaba al involucrado a la merced del gobernante, sea un conde o el propio rey. Y si los involucrados tenían acceso al poder, demás está decir que la justicia actuaba de modo inequívocamente parcial, tal y como viene sucediendo de mil años a esta parte.
El hecho que el Cid fuera una figura tan importante para la península entera, moros y cristianos, obligaba a Alfonso a llamar a la cort. Creo que, de haber muerto ambas hijas –el juglar puso especial énfasis en este punto- por no mediar testigos presenciales de los crímenes y por lo influyente de los involucrados, los de Vanigómez, poco hubiera podido sostenerse un juicio en estas condiciones. Al sobrevivir ambas, alcanzaría el Cid a ver compensado el ultraje, y el rey Alfonso quedaría bien parado frente a su pueblo al tiempo que sin reproche alguno por parte de la nobleza.
Rodrigo Díaz de Vivar. Una vida digna de ser recordada. Todo un Poema.
La concepción integradora de unidad política, religiosa y nacional, es de procedencia cidiana. Aquí aparecen aquellos rasgos de una España imperial que han de encontrarse a lo largo de las luchas por la Reconquista.
Sin dudas la Epopeya constituye la primera expresión genuina del género literario español. De origen popular, cobrará vida en las figuras de aquellos cantores vagabundos llamados a su tiempo mimi, histriones, thimelici, jocularis, jeculator: juglares. Para el siglo XIV asumirán el nombre derivado del francés de menestrel o ministril.
El juglar castellano no corrió con la suerte de aquellos líricos provenzales que fueron retratados e inmortalizados. Para estos, la gloria de sus poemas y el olvido eterno de sus nombres.
La Primera Crónica General de España ordenada por Alfonso X el Sabio, contiene el mayor repertorio de la épica castellana, constituyendo a la poesía narrativa lo mismo que los cancioneros para la lírica. Esta se nutre fundamentalmente de lo histórico, siendo abordada con pasión y fuerza dramática por aquellos juglares. Contrasta notablemente con la lírica, de tonos redondeados, intimistas, delicados. La lengua gallega era más apropiada para esos asuntos de histórico dominio provenzal.
El Cantar del Mío Cid es el primer texto de la literatura española en constituirse como obra extraordinaria.
Data aproximadamente del 1140, y la obra más difundida será una transcripción del Abad Pedro de principios del siglo XIII (Per Abbat). Es todo lo que sabemos del autor y francamente no es lo que nos convoca. El maestro don Menéndez de Pidal destaca que, por su lenguaje, debió de ser un cristiano que viviera entre moros. Agreguemos a esto que nuestro Abad en su afán por remozar la obra entre manos no haría sino dotarla de confusión -trabajo arduo para quienes vinieron después el de lograr restablecerla a su sencillez y belleza original-. Hoy, su lectura es algo enjundiosa pero deja ese gustillo delicado que solo una obra inmortal puede dejar.
El tono con que se desarrolla la historia es el austero y franco de aquellos juglares castellanos. Puntual en las descripciones, logra en muy pocos trazos definir a cada personaje invocado.
Nuestro héroe no posee cualidades insólitas ni traba amistad con las divinidades ni posee las dotes del histrión. La obra es tan magnífica por lo que dice como por lo que calla. Enjuta, fibrosa y veraz: el propio Cid.
No será este Cantar ni el primero ni el último. Este tipo de poesía pervivió hasta el siglo XV quedando apenas fragmentos o prosificaciones citadas en ciertas crónicas.
A la copia de Per Abbat le faltó una hoja al inicio y dos en el interior del códice. Estas serán suplidas por unas narraciones prosificadas que figuran en la Crónica de Veinte Reyes de Castilla, obra encargada por Alfonso X el Sabio de fines del siglo XIII.
El Cid muere en el 1099. Hacia el 1110 el moro valenciano Ben Alcama, testigo del asedio y conquista de Valencia por el Héroe, escribiría una minuciosa relación de los hechos, fuente indudable de nuestra obra. Se titulaba Elocuencia evidenciadora de la gran calamidad. Para esos mismos años, el moro portugués Ben Bassam detallaba en su Tesoro de las excelencias de los españoles su admiración hacia el caudillo enemigo a quien consideraba como prodigio del Creador.
Dentro del mundo cristiano surgirá la Historia Roderici, cuyo autor pareciera ser un clérigo mozárabe compañero en ocasiones del Cid.
En vida del Héroe se escribió el Carmen campidoctoris, trabajo de un clérigo catalán que narra los combates entre éste y el Conde de Barcelona. Y por supuesto, el propio Poema del mío Cid, de unos cuarenta años posterior a la muerte de don Rodrigo Díaz de Vivar.
La Vida del Cid
La realeza en la sangre del niño Rodrigo proviene de un tío abuelo, Nuño Alvarez, quien aparece confirmando los diplomas reales del rey Fernando I. Su hermano, el abuelo materno propiamente, Rodrigo Núñez, será de quien herede a nuestro personaje su propio nombre.
Poco se sabe de sus primeros años. Su juventud durante el reinado de Fernando I nos revela su audacia precoz al vencer a cinco reyes moros y llevarlos como prisioneros para presentarlos ante su madre, influencia vital cuyo nombre ignoramos.
Habiendo muerto al Conde don Gómez de Gormaz -la obra de Cots que acabamos de ver no nos deja mentir sobre el respecto-; la hija de éste, Jimena Gómez, obtendrá del rey Fernando el favor de ser desposada con el matador de su propio padre. Más como no se le conoció otra esposa que doña Jimena Díaz, hay quienes piensan que esto último fue creación de los juglares. Lo concreto es que se trate de primeras nupcias o que ambas “Jimenas” respondan a la misma mujer, don Rodrigo recién se esposará orillando los treinta años, todo un hombre.
Se cree que nació en el 1043. Su padre, Diego Laínez, moriría al año en que Rodrigo entraría al servicio del infante don Sancho, primogénito del rey Fernando I, apenas un puñado mayor de años que el propio Rodrigo. Será el propio infante don Sancho quien le ciñera la espada de caballero.
En ocasión del traslado de los restos de San Isidoro de Sevilla a León, el rey Fernando hizo la partición de su reino entre sus tres hijos Sancho, Alfonso y García, para asegurar la paz entre ellos a la hora de su muerte. A sus hijas Urraca y Elvira les dio el señorío de todos los monasterios de los tres reinos con la sola condición de que no se casasen jamás.
Probablemente por ser primogénito y aspirar a heredarlo todo, o por no aceptar la fragmentación del reino de los godos, Sancho libraría la guerra a sus hermanos.
Fernando murió en su residencia real de León en 1065. Se iniciaría un proceso de expansión de la hegemonía castellana en dirección al Ebro. Y aquí nacería la estrella del Cid.
Guerrero y jurista a un tiempo, se destacaría tanto en el ágora como en el campo de batalla. Y luego de un triunfo notable contra el “doctor” de Navarra por la posesión de la villa de Pazuengos, se ganaría el rótulo de Campidoctor (campidoctus). Para su segunda contienda en el campo del derecho, vencería a su oponente, un sarraceno de Medinaceli, y luego lo ultimaría.
En su segundo año de reinado, don Sancho debió de disputar con Moctádir por la posesión de la amurallada y pintoresca “ciudad blanca”, Zaragoza. En la crónica hebrea de José en Zaddic de Arévalo dice “Fue ganada Zaragoza por Cidi Ru Díaz, en el año 4827 de la creación y 1067 de los cristianos”. En hebreo, Cidi equivale a Mío Cid, “Mi señor”, expresión algo castellana y algo mora.
Castilla se va expandiendo hacia el oriente. Una audacia sin límites renacía en la figura de Sancho el Mayor. Dos veces vencería Rodrigo al rey Alfonso. La lucha ahora se trasladaría a Zamora donde los leoneses se habían rebelado. Con la victoria en el puño, un osado rival, Vellido Adolfo, atravesó el campo de los sitiadores y mató de un lanzazo al rey Sancho. Con la muerte del Castellano, don Rodrigo quedaría en vasallaje del rey Alfonso.
Poca gracia causaba esto al pueblo castellano quien acusaba de la intriga y muerte de su rey nada menos que a doña Urraca, la “Señora de los monasterios”.
El destierro
Nadie en la corte creyó en la lealtad de Rodrigo hacia su nuevo rey. Y muy a su pesar nuestro Héroe terminaría convirtiéndose en el máximo representante de los castellanos intransigentes con los nuevos hados. El rey Alfonso, consciente de lo que ocurría, buscó en la unión entre su sobrina Jimena Díaz y el Cid una prenda de concordia. Y sin dejarse nada por hacer, a poco de los esponsales sufrirá Rodrigo su primer destierro.
El rey moro de Zaragoza lo recibió y lo nombró su Protector. Vemos ahora al Cid a las órdenes del glorioso Moctádir Ben Hud, rey célebre inmortalizado por sus bellezas arquitectónicas - el palacio de La Aljafería honra justamente su nombre y memoria- y su sabiduría. Era toda la escuela que precisaba Rodrigo. Y recuerde el Lector que a éste Moctádir fue a quien Sancho y Rodrigo combatieran y vencieran en tiempos en que Castilla parecía alcanzar la hora de su gloria.
A la muerte del rey, Mutámin y Alhayib le heredarán. Como siempre, uno representará los buenos intereses y ambiciones de su padre y el otro, la codicia de su raza. Sucedía por entonces misma cosa tanto entre feroces taifas como entre los humildes cristianos, y poco pasaría hasta que Alhayib atacara a su hermano pretendiendo el castillo zaragozano de Almenar. Cuenta la leyenda que para esta conquista se reclutaron hasta caballeros franceses. Lo cierto es que el Cid, al servicio de Mutámin, derrotará a los invasores y en un gesto propio de un semidios perdonaría las vidas de los nobles y les devolvería su libertad sin rescate alguno. Año del 1082.
Para el 1087 será el propio Alfonso quien irá por Zaragoza habiendo conquistado varios de los reinos taifas, incluso el de la poderosa Toledo. Será el tiempo en que un profeta guerrero, Ben Yuçuf, amo de las ciudades del Magreb, cruzaba el estrecho y se apersonaba en la península con la eterna guerra santa.
Alfonso no podrá con Yuçuf, y luego de una derrota impostergable acordará su reconciliación con Rodrigo en Toledo, en el año 1087. Dios así lo había querido; y desde las peores penurias de la cristiandad, la figura del Cid se elevará por sobre la de cualquier otro ser.
Recobrará brava y rápidamente las fortalezas del Levante y amenazará a la poderosa Valencia.
Y para la hora de las celebraciones, Alfonso volvería sobre nuestro Héroe con mayor crueldad que nunca, llegando incluso a encarcelar a doña Jimena y a sus hijos. Esto ya lo hemos visto de sobra: la bravura que escasea en algunos lados abunda en otros.
Vuelta Rodrigo a abrirse caminos. Esta vez con menos hombres ya que una gran parte de ellos habían partido en la ocasión a unirse a las huestes de Alfonso. Es aquí cuando Alhayib unirá fuerzas nuevamente con Berenguer, el conde de Barcelona y junto a algunos reinos vecinos buscará asestarle un golpe definitivo al Cid. Y fue en el Pinar de Tévar en donde el Héroe volverá a vencer a Berenguer adueñándose de una de sus dos espadas míticas: la “Colada”. Al final de la jornada, Rodrigo será amo del Levante español con varios reinos taifas como tributarios.
Para Alfonso en cambio la cosa no marchaba. Yuçuf volvería a recuperar lo suyo (1090).
Estando el rey en apuros en Toledo, buscará –y encontrará- restaurar relaciones con el Cid.
Luego de duras batallas Rodrigo alcanzará con la toma de Almenara y Murviedro el dominio absoluto sobre Valencia. Justo es reconocer que para esta ocasión una buena parte de la fuerza invasora no participó de las batallas. Los “Andalucí”, moros españolizados, no pactaron con los sanguinarios almorávides pero sí encontraron puntos de contacto y de paz con el Héroe. No pasaría mucho hasta que Alfonso, codiciando el reino de Valencia, uniera voluntades para conquistarla.
Alfonso, sabedor de la superioridad táctica y moral de Rodrigo, conseguirá el apoyo del rey de Aragón, del conde Barcelona y de las flotas de las repúblicas de Génova y Pisa. El Cid, en vez de esperar el ataque, adelantó sus hombres por sobre las posesiones de García Ordoñez apoderándose victorioso de Calahorra, Nájera y apostándose en el Logroño. El cerco que pretendiera Alfonso lograr con su flota anclada en el Mediterráneo fue un fiasco y los sitiados pasaron a ser sitiadores de los alrededores sin peligrar de modo alguno la fortaleza valenciana. Alfonso pedirá finalmente perdón al Cid quien como no podía ser de otro modo, aceptará lo que se le ofrece.
Ofrecemos aquí para nuestro Lector un camino acompañado por el Poema o Cantar del mío Cid.
Lo veremos desde sus inicios más despojados hasta el cénit de su esplendor con la reconquista de Valencia y en ese punto, presenciaremos la herida dura y desgraciada del deshonor de sus hijas causada por los infantes de Carrión quienes también llegaron a la vida del Cid de la mano del rey Alfonso. Ambas vidas, la de Rodrigo y la de Alfonso, estuvieron enlazadas pero con distintas suertes. El honor de sus Hijas se verá restaurado y llegarán, según nuestro poema, a ser reinas de Navarra y de Aragón.
Todo comenzó con el destierro...
El Poema del mio Cid
... o un poco antes, con la victoria de Cabra, donde el Cid vence a García Ordoñez quien procuraba adueñarse de las “parias” (tributos) destinadas al rey Alfonso de Castilla. De estas parias nacerán las intrigas fogoneadas por el propio conde Ordoñez y por doña Urraca, hermana de Alfonso. No pudiendo manejar la presión que el nombre de Rodrigo generaba entre la nobleza y la corte, Alfonso terminaría dictando una cruel sentencia de destierro.
Yermos y desheredados quedan los palacios de Rodrigo Díaz de Vivar. Sus últimas palabras fueron hacia su amigo el noble Minaya, a grand ondra tornaremos a Castiella.
Los ojos por entre las celosías de las casas de todo Burgos se posaban sobre la figura del Desterrado entre asombrados y asustados. La orden de Alfonso era clara: quien diere posada o ayuda alguna al de Vivar perdería los averes e más los ojos de la cara e aún demás, los cuerpos e las almas. Los suspiros confortaban al Castigado con algo de clemencia. ¡Que buen vassallo, si oviesse buen señore!. Y una niña sin prejuicio ni temor alguno se parará ante Rodrigo y lo bendecirá Çid, en el nuestro mal vos non ganades nada, más el Criador vos vala con todas sus vertudes santas.
En Burgos se sumará a Alvar Fáñez “Minaya” y a Rodrigo otro caballero, Martín Antolinez.
Cualesquiera fueran los destinos que los hados previeran para nuestro Héroe, no habría de alcanzarlos sin recursos. Antolinez urde un plan para apoderarse de una respetable fortuna de dos judíos, Vidas y Raquel quienes pesando dos cofres completamente llenos de arena y tomándolos por metales preciosos le anticiparon a Rodrigo unos cuantos cientos de marcos -más treinta en comisión al propio Antolinez por llevarles el negocio-.
Mil misas promete el Cid en el altar de la Catedral de Burgos. Y cerca de allí, en San Pedro de Cardeña, nuestro Cid dejará el cuidado de doña Jimena y de sus hijos al abad don Sancho. El regreso de su hombre y bodas dignas para sus hijas será el norte de los pensamientos de doña Jimena.
Los augurios eran algo confusos. Pero a la hora de partir de San Pedro de Cardeña ya había un centenar de caballeros castellanos quienes dejando casas e otros onores decidieron correr la misma suerte del de Bivar. Sin dudas Antolinez sumaba con este reclutamiento, a más de astucia, industria.
Fue durante aquella noche que nuestro Cid recibiría guía y consuelo celestes.
un sueñol priso dulce, tan bie se adurmió. El ángel Gabriel a él vino en visión;
Cabalgad, Çid, el buen Campeador,
Ca nunqua en tan buen `punto cavalgó varón;
Mientra que visquiéredes bien se fará lo to
Saliendo de tierras castellanas el Cid volverá a contar sus huestes. Trezientas lanças todas con pendones.
Hacia el sud señalaban los hados. Y ya en el reino moro de Toledo vemos como ceden los goznes de Castejón con los ardides de nuestro Cid quien lejos de marearse con las importantes riquezas que acaba de hacerse, enviará la remesa obligada al rey Alfonso de quien este reino era tributario. Ni Minaya ni los otros quisieron tomar de “la parte del león” y fueron las primeras prendas de reconciliación que recibiera “el leonés”.
Ya se avista Zaragoza. El castillo de Alcocer tampoco podrá resistir los ardides de Rodrigo quien cobraba día a día fama de santo y de astuto al tiempo que se le reconocía por su clemencia para con los vencidos.
Enormes ejércitos juntaron los reyes Fariz y Galve para recuperar Alcocer. Tan grande como el botín que quedara en manos de Rodrigo luego de vencerlos definitivamente en las cercanías del castillo de Alcocer.
¡Dios que bien pagó a todos sus vassallos
A los peones e a los encabalgados!
Bien lo aguisa el que en buen ora nasco
Quantos el trae todos son pagados.
Minaya partirá hacia Castilla a declarar las buenas nuevas al rey y a doña Jimena; a llevarle sosiego y dineros a los suyos, y a pagar las mil misas prometidas y juramentadas. Caballeros y peones, abades, cristianos y moros amigos todos se enriquecían en la hora de su naciente gloria. Nuestro juglar pone especial acento en este detalle del perfil de nuestro Héroe: Qui a buen señor sirve, siempre vive en deliçio. ¡Vaya uno a saber si, además de a la posteridad, nuestro bardo no estaría intentando procurarse una buena paga por su arte!.
Minaya llegará ante la corte de Alfonso quien le perdonará su osadía por abandonarlo pero no hará lo propio con el Cid de quien no obstante y sin pudor aparente recibe las presentajas e ganancias.
Al volver Minaya a tierras zaragozanas no lo hará solo. Otros doscientos abandonarán las cavilaciones de la corte y se las verán guerreando contra taifas y apóstatas junto al Cid.
En los linderos de Lérida nuestro Héroe acampará en tierras protegidas por Ramón II Berenguer, el conde de Barcelona, el “Fratricida”. Lucharán entre ellos. Vencido el conde en la batalla del pinar de Tévar, recibirá su libertad a cambio de una posesión inestimable: la espada Colada. Pero a diferencia de como ocurriera entre los moros, la clemencia del Cid para con los nobles cristianos no cosechó sino desprecio y odio, virtudes éstas que se incrementaban a diario al tiempo que su aura era avistada cada vez desde mayores distancias...
El puerto de Alucat será donde fijará morada nuestro Cid. La mar salada será el escenario de sus proezas. Valencia zozobra.
Murviedro y Cebolla engrosarán las posesiones de Rodrigo. Se dirige hacia el sur de Valencia, en una proeza que le demandara unos tres años. A su llamado acuden ahora caballeros de a miles quienes buscan además de riquezas que sus nombres figuren a la hora de la verdad junto al del Cid. Ahora tre mil e seysçientos avie mio Çid el de Bivar. ¡Pensar en aquellos trescientos castellanos de los inicios y en la penosa circunstancia de la partida!.
En pleno clima festivo llegará un nuevo personaje para enriquecer la mezcla: el obispo don Jerome, bien entendido de letras e mucho acordado, de pie e de cavallo mucho era arreziado. ¿Cómo coronar la gesta sin un obispado? Don Jerome se encargaría de proveer al Cid de la liturgia y la conciencia viva de Su Obra. ¡Dios, que alegre era tod cristianismo que en tierras de Valençia señor avie obispo!.
Cargado de presentajas y gloriosas nuevas volvería Minaya a Castiella. Las noticias en Castilla y la reacción popular que generaba aquel Desterrado no podían ser ignoradas por Alfonso quien perdonará a la familia del Cid al tiempo que alentará la codicia de un par de muchachos nobles, Diego y Fernán, infantes de Carrión, quienes encuentran en las hijas de Rodrigo, don Elvira y doña Sol –nombres dobles, costumbre de la época, siendo los verdaderos los de Cristina y María-, un partido suculento e impostergable. Vemos nuevamente al conde García Ordoñez desde las sombras y tascando el freno. Los Ansúrez o Vanigómez eran mal vistos por nuestro juglar y por los castellanos en general quienes sentían aversión por los leoneses. De todos modos, los hijos de don Gonzalo Ansúrez y sobrinos del famoso Pero Ansúrez, conde de Carrión y Valladolid conformaban sin dudas un buen partido para las Muchachas. Y como Usted Lector sabe bien, los partidos…hay que jugarlos.
Vemos también como los caballeros castellanos sentían de buen tiempo a esta parte mayor afición por los logros del Cid que por las disputas nobiliarias. Alfonso, consciente de ello, procuraba aplaudir aquello que no podía prohibir. Y como vamos a entrar en terrenos oscuros de cierto costado humano, nuestro juglar se encarga de dividir aguas, y nos hace saber que Minaya fue a encontrarse con Vidas y Raquel a compensarlos por aquel timo de Antolinez que diera inicios a la epopeya cidiana. Y algo más: había llegado el tiempo soñado por ambos y Rodrigo podría reunirse para siempre junto a doña Jimena y a sus hijas. Solo que tal concesión vendría acompañada de turbulencia: la unión entre las Hijas de Rodrigo y los infantes de Carrión.
El Cid no se opondría a tales uniones. Escuchemos a doña Jimena: Non me place de emparentar con los Condes magüer sean de linaje. Rodrigo las entregará en casamiento al rey quien tomará los honores de unir entre distintas sangres. Igual, falta un poco más para ello.
Estamos con don Jerónimo al frente de una procesión desde Valencia. De festejos se trata: la señora doña Jimena se acerca al encuentro del Hombre que en buena ora çinxo espada. Luenga trae la barba, seguramente señal de alguna promesa que desconocemos pero aventuramos se relaciona con el futuro de su simiente. Y mientras Rodrigo y sus hombres dragoneaban entre corridas y muestras de destrezas, el oscuro rey Yuçef, desde Marruecos, trabajaba por recuperar los territorios y seres que ahora tan libremente festejaban y adoraban a un dios pálido como el Cristo.
çinquaenta vezes mil de arma…entraron sobre el mar,
en las barcas son metidos,
van a buscar a Valencia a mio Çid don Rodrigo.
Ya truenan los viriles atamores: Es hora de hombres.
A los mediados gallos, antes de la mañana,
el obispo don Jerome la missa les cantava,
la missa dicha grant sultura les dava,
‘El que aquí muriere lidiando de cara
préndol yo los pecados e Dios le abra el alma.
Pedirá para sí nuestro obispo las feridas primeras, petición que fuera del agrado de nuestro Héroe.
Los çinquaenta mil por cuenta fuero’ notados:
non escaparon mas de çiento e quatro.
Un botín sin precedentes, un espíritu exaltado. Y como corresponde, dióle Rodrigo el diezmo de su quinta a don Jerome caboso coronado. Volverá Minaya a Castiella con presentes fastuosos para Alfonso; pero esta vez, el rey saldrá a recibirlo en Valladolid. …vea ora que de mi sea pagado diría Alfonso lo que plogo a muchos e besáronle las manos.
…por tan biltadamientre vençer reyes del campo, lo cierto es que Alfonso comía más de la mesa del Cid que de la propia. (García Ordoñez, seguía con sus frenos. El amigo juglar no quiere que lo olvidemos y no lo haremos).
Abrá ondra e creçrá en onor por consagrar con iffantes de Carrión enfatizará el rey para con Minaya y los mensajeros que vuelvan a Valencia. Ya veremos como esta profecía se terminará cumpliendo al fín de cuentas.
Parten el Cid y los suyos a las vistas llamadas por el propio rey. Y fue a orillas del Tajo en donde recibirá Rodrigo un perdón absoluto y solemne y en contrapartida, entregará éste sus hijas en casamiento con los infantes. Y al otro día mañana, así commo salió el sol, el obispo don Jerome la missa cantó.
Y en busca de compartir la gloria de Rodrigo y sus posesiones y posición en Valencia es que vemos a nuestros infantes Diego y Fernán contrayendo compromiso de matrimonio con sus hijas.
De ellos partió la iniciativa de mezclar sangres. Luego del “cameo” de espadas en presencia del rey, ambas partes quedaron selladas en este asunto. Y Alfonso se vuelve a Castilla con presentajas incontables recuperando el Cid la cordialidad y amistad de un rey voluble. Ahora Rodrigo cuenta con un parentesco dotado de nobleza...
... y con otros cientos de caballeros castellanos quienes a esta altura hacían de Valencia una fortaleza más promisoria y pujante que aquella Castiella que menguaba prestigio a manos del Campeador.
Llegado el día fue Minaya, manero en la ocasión del propio rey Alfonso quien entregará a Don Elvira y doña Sol a sus jóvenes esposos. Vienen a la mente las advertencias del apóstol Pablo “No os unáis en yugo desigual”. Y como no, aquello que doña Jimena presentía sobre el asunto.
De leones y de infantes.
Costumbre era de algunos palacios el tener fieras entre sus bienes preciados. Osos, panteras y leones solían embellecer y dar vida a las excelencias arquitectónicas de sus Amos.
Cuenta nuestro juglar que hubo un día en que, infaustamente, se desatara el león.
Sin duda que las gentes comunes no verían en esto sino motivos de alarma y habladurías. Y como nuestro Cid descansaba, tocó a los infantes Diego y Fernán protagonizar lo que pudo haber sido un galón de bizarría en sus memorias y terminó siendo una anécdota jocosa con detalles de vileza. Fernán se escondió bajo el escaño de Rodrigo. Y Diego, para su desdicha, fue a parar do no se sumiera el diablo con tal suerte de cosas que para estar par dél, menester un incensario. Muchos tovieron por enbaídos ifantes de Carrión, fiera cosa les pesa desto que les cuntió.
Si no hubieran sido tan jóvenes, o quizás, de hallarse entre los suyos, podrían haber superado este baldón con holgura. De hecho, ya se escuchaban nuevos atamores anunciando la presencia del rey Bucar, pariente de aquél Yuçuf en playas valencianas. ¡Que mejor ocasión de mostrar bravía que en un combate! Aún hoy mil años después, nada puede superar esta instancia. Escuchemos a nuestro juglar:
Alegravas el Çid e todos sos varones
Que les creçe la ganaçia, grado al Criador.
Más sabed de cuer les pesa a ifantes de Carrión
Ca veyen tantas tiendas de moros de que no avien sabor.
Amos hermanos a part salidos son:
‘catamos la ganancia e la pérdida no’
Como era propio de aquellos tiempos que los caballeros quedaran excusados de ir a guerrear durante el primer año de casados, Rodrigo les dirá con claro acento paternal en braços tenedes mis fijas…en Valençia folgad a todo vuestro sabor ca d’aquellos moros yo so sabidor y arrancar me los trevo con la merçed del Criador. La confianza y la alegría son semillas que en ciertos corazones florecen en odios retorcidos.
Ya los vemos a don Jerome y a Minaya pugnando por quien sale primero al encuentro de Bucar.
Pero será el propio Cid quien le diera alcance al rey moro y en premio a su esfuerzo viril obtenga uno de sus dones más característicos: la espada Tizón. Y si mil años más tarde podemos asociar a la figura de Rodrigo junto a la de su fiel yegua Babieca y a la de sus dos espadas “Tizón” y “Colada”, será porque de algún modo, caballo y espadas, eran las extensiones de la bravura e hidalguía de nuestro personaje, y su don más característico.
Si esta victoria aparejo ganancias cuantiosas, sirvió para ensanchar la brecha y el desprecio que sentían hacia Rodrigo los muchachitos de don Gonçalo Ansúlvez, infantes de Carrión. El colmo de su odio contrasta con el de la gloria del Cid. Así suele suceder siempre. La gloria también suele florecer en equívocos.
Haremos silencio para escuchar las maquinaciones de los infantes.
Vayamos pora Carrión, aquí mucho detardamos
Los averes que tenemos grandes son e sobejanos
Despender no los podremos mientra que vivos seamos.
Pidamos nuestras mugieres al Çid Campeador
Digamos las llevaremos a tierras de Carrión
Enseñar las hemos do ellas heredadas son
Sacar las hemos de Valençia, de poder del Campeador
Después en la carrera feremos nuestro sabor
Ante que nos retrayan lo que cuntió el león.
Nos, de natura somos comdes de Carrión!
Averes levaremos grandes que valen grant valor
Escarniremos las fijas del Canpeador.
D’aquestos averes siempre seremos ricos omnes
Podremos casar con fijas de reyes o de enperadores
Y fue que, en el robledal de Corpes, las apearon a ambas de sus mulas, las desnudaron y azotaron. Del Romancero tomamos
En sangre las han bañado
Y con palabras injuriosas
Mucho las han denostado (…)
De vueso padre, señoras
En vos ya somos vengados.
Que vosotras no sois tales
Para con nusco casaros
Y ahora pagáis las deshonras
Que el Cid a nos hubo dado
Cuando soltara el león
Y procurara matarnos.
...limpia sale la sangre sobre los çiclatones
Ya lo sienten ellas en los sos coraçones (nótese el delicado tono poético de nuestro juglar poeta)
Ya no pueden fablar don Elvira e doña Sol
Por muertas las dexaron en el Robredo de Corpes
¡Hasta los mantos y los armiños de las mujeres se llevaron los infantes! “Por muertas las dexaron, sabed, que non por vivas” insiste el poeta.
Nuestros juglares –del poema y del romancero- pujan en contrapunto para que no erremos en el juicio hacia los infantes. Pero entre tantas líneas de peso podemos escuchar la voz de Rodrigo quien antes de partir los cuatro y sus acompañantes bendijera el nuevo sino de sus yernos e hijas con presentes caudalosos y con sus dos tesoros personales, la Colada y la Tizona, a Diego y Fernán quienes solo tenían para sí mismos al llegar a Valencia la sangre de Vanigómez.
Formaba parte de aquella compañía hacia Carrión Félez Muñoz, primo de Don Elvira y doña Sol.
La insistencia y las dudas de doña Jimena derivaron en el envío de alguien confiable quien certificara a su regreso en cuanto a las heredades de sus hijas en Carrión así como del trato que ambas recibieran en aquellas tierras. Ni bien Félez dio con sus primas y al ver que seguían con vida, las llevó hacia San Esteban de Gormaz en busca de sosiego y claridad. Pronto enviará las malas nuevas al Cid quien permitirá a Minaya se haga cargo de la situación mientras busca luz y entendimiento suficientes para saber qué medidas habrá de tomar en este asunto.
La “cort” de Alfonso
En temas delicados el rey solía llamar a su corte asumiendo para sí la función de “juez”. No hace falta agregar nada a lo expuesto para comprender la gravedad de estos hechos y sobretodo la relevancia que asumían por ser quienes eran los implicados.
Siendo el Cid el más notable e influyente entre sus omnes ricos , y siendo el propio Alfonso quien diera cabida y respaldo a estas bodas, no podía éste menos que enfrentarse a lo inevitable a la vista de todo un pueblo castellano que, “abiltados” como si se trataran de hijas propias, aguardaban impacientes en materia de resoluciones.
Toledo será el lugar escogido por el rey y donde se darán cita todos los involucrados.
por amor de mio Çid esta cort yo fago (…), desto que les avino aun bien serán ondrados.
En vano rogarían los infantes al rey para que desista de esta cort. Cumplidos los plazos, hacia Toledo marchan todos los citados.
Rodrigo no cruzará el Tajo. Buscará recogimiento y lucidez en San Servando, y quedará a la espera de sus compañías. En ese santo lugar tendrá su vigilia, de rodillas como corresponde a todo aquel que sabe que los asuntos no están del todo en sus manos y sin embargo quedan importantes cosas por hacerse y resolverse.
Cumplido con Dios –más tarde o más temprano todos deberemos de hacerlo-, prisará su luenga barba con un cordón en clara señal de advertencia y se dirigirá hacia la cort ante su señor don Alfonso. Los alcaldes serán los condes don Anrric y don Remond, yernos ambos de Alfonso y condes (gobernadores y omnes ricos) de Portugal y Galicia respectivamente.
Peticionada la paz entre los litigantes, a su turno Rodrigo demandará la devolución de sus dos tesoros personales, la Colada y la Tizona. En su corazón intuía que de no tomar iniciativa por estos lados, perdería su ocasión al momento de discutirse el asunto por la afrenta de sus hijas. Astuto, dio a entender a propios y a extraños que se vería compensado con un mero resarcimiento material. Ya doña Jimena lo había expresado en la intimidad de la alcoba “…eres Marte en la guerra. Y eres Apolo en la corte”.
El conde García Ordoñez, apoderado por los infantes, se reunirá en secreto durante el juicio y tomará la petición del Cid como un acto que en definitiva hace justicia y ennoblece a unos tanto como a otros
bien nos avendremos con el rey don Alfons,
demosle sus espadas quando así finca la boz,
e quando las toviere partir se a la cort.
Ya con sus espadas en su poder, presentará una segunda demanda, a todas las luces más gravosa: la devolución de los tres mil marcos en oro y plata que le obsequiara a sus yernos en ocasión de sus partidas hacia tierras de Carrión.
Los Infantes, desprovistos ya de las espadas gloriosas, no tenían absolutamente nada para negociar que fuera del interés de Rodrigo. Y para colmo de males, ni siquiera se había presentado a la cort aún el asunto que a todos convocaba.
Nuestro juglar nos invita a repasar los argumentos de García Ordoñez a favor de los infantes.
Los de Carrión son de natura tan alta
Non gelas devién querer sus fijas por barraganas (mujer legítima de clase inferior, que no goza de sus derechos civiles)
¿o quien gelas diera por parejas o por veladas?
Derecho fizieron porque las han dexadas
Y quanto el diga non gelo preçiamos nada.
García Ordóñez torpemente busca involucrar al propio rey en su participación directa y activa en las bodas desiguales. Nada se decía aún de los golpes brutales sino solo se posicionaba en un matrimonio mal habido y totalmente desprovisto de equivalencias.
Fernán agregaría a la elocuente exposición del conde
Nan creciés baraja entre nos e vos
De natura somos de comdes de Carrión
Deviemos casar con fijas de reyes o enperadores
Ca no perteneçien fijas de ifançones.
Porque las dexamos derecho fiziemos nos
Mas nos preçiamos sabet, que menos, no.
(Se vuelve a presionar sobre la posición del rey).
Ambos infantes terminarán retados a duelo por Pedro Bermúdez y Martín Antolinez, aquel de los judíos y el reclutamiento en Castilla. Un tercero, de aparición repentina, Ansuor Gonçálvez (¿hermano de los infantes?) también participará del duelo. Muño Gustioz tomará para sí a este último retador.
Terminamos con el juicio, y vemos a nuestro Cid "tollándose" el capiello (…) e soltava la barba e sacola del cordón. Su reparación era inobjetable. Doña Jimena tenía razón a la hora de ponderar los atributos de su marido en el campo de los letrados.
Resta agregar que entre los presentes se encontraban “Ojarra e Yéñego Ximenones”, infantes de Navarra y de Aragón, futuros yernos de nuestro Cid. Como se aprecia, acudieron en auxilio del rey, el único que pareció comprender que con un par de espadas -por gloriosas que éstas sean- devueltas a su legítimo dueño y unos cuantos marcos, no se aseguraba para sí una alianza duradera con el Señor de Valencia, al tiempo que
a un matrimonio malo debe sucederlo uno bueno...¡y rápido!.
Corolario
Aquí llegamos al final del Poema del mio Cid. Quedará para otras ocasiones el mismo estudio pero referente al Romancero, obra de características bien distintas a las del poema, de concepción más moderna e indudablemente más entramada con los aspectos estéticos y tradicionales que tanto han caracterizado a la España poética.
Hablemos un poco sobre el Cid desde la perspectiva de la presente obra.
a) Su inteligencia y miras eran propias de tiempos más despejados y acotados que los presentes.
El destino del hombre era una cuestión puramente terrenal o, si lo prefiere, el bien personal y su obtención eran cosas propias de este mundo y de ningún otro. Existía sin embargo un modo de trascendencia -desde Adán reconocemos algo como esto-. Esta trascendencia se expresaba a través de los lazos familiares y por extensión, los de la ciudad de origen o incluso como en este caso, los de una nación en ciernes. La fidelidad a estos lazos era sin dudas el basamento moral de todo hombre de bien. Alejarse de ellos era como trasponer aquellas columnas de Hércules, era exponerse a algo fuera de toda ciencia y certidumbre.
Aquellos reyes, tanto cristianos como musulmanes, sin dudas tenían un basamento moral distinto, amplísimo, que les permitía en aras de acopiar poder o en pos del bien general de su reinado, extenderse inescrupulosamente y sin mayores condicionamientos que los de su propia fuerza. Esto explica entonces la necesidad de Rodrigo por ganar nuevamente su sitial en Burgos y en Castilla junto a su señor y su rey, al tiempo que explica a su vez a Alfonso quien debía lidiar permanentemente con personajes influyentes que no soportaban ni al Cid ni a sus triunfos inocultables.
b) La prosperidad en las empresas era señal inequívoca del favor de Dios. Soy de la opinión que aún hoy en día no encontramos un mejor modo de asumir tales asuntos.
A medida que la imagen e influencias del Cid se extendían entre los reinos taifas y su nombre era sinónimo de virtud y poder, negarlo u oponérsele abiertamente podía ser una afrenta hacia el propio Dios. Por supuesto que siempre podían caer a la mano argumentos valederos o artificiosos para enlodar al Héroe. Pero ante los ojos de aquellos pueblos no había confusión alguna acerca de "Quién" era el Elegido. Tenga presente nuestro Lector que faltaba algo de tiempo para que llegara entre el mundo católico la notable figura de Francisco de Asís y con él la valoración excelsa del ascetismo y la pobreza. Hasta entonces, las riquezas y castillos que Rodrigo alcanzaba echaban por tierra cualquier duda sobre estos asuntos.
c) Ya vimos a Antolinez timando, en complicidad con nuestro Cid a dos paisanos burgaleses, Raquel y Vidas. El rey Salomón diría “no seas demasiado justo ni sabio con exceso. ¿por qué destruirte tú mismo? No hagas mucho mal ni seas insensato. ¿por qué morir antes de tiempo? Bueno es que tomes esto, y también de esto otro no apartes tu mano” (Eclesiastés 7:16-18). Sin forzar la enseñanza podemos afirmar que una vida buena –insisto, dejemos de lado a los reyes- se enlazaba con ciertas normas éticas inflexibles. Y a su tiempo los juglares tanto los del Poema como los del Romancero nos hicieron saber que tales dineros fueron devueltos y con creces a sus dueños.
El Cid era hombre bueno lo que conllevaba su natural generoso, honesto, diligente y bondadoso. Y al igual que otros hombres buenos de su tiempo, hallaba su justa retribución en el seno de una comunidad virtuosa y su prosperidad y dicha personales se enlazaban íntimamente con ésta. De aquí que nuestro juglar no deje jamás de recordarnos la importancia de aquellos trescientos caballeros que abandonándolo todo, unirían suertes y nombres a los del Cid.
d) La vida buena del hombre bueno era una vida religiosa.
Nadie finge su alegría cuando aparece en la vida de nuestros desterrados y sus gentes la figura singularísima del obispo don Jerome -Jerónimo de Perigord-. Y más allá de la buena cantidad de lecturas posibles sobre este tema, la presencia de la Iglesia enriquecía el entramado social y con él, la perspectiva de trascendencia del hombre Elegido y de todo su pueblo. Y si bien el Cid no era particularmente religioso, ya lo vimos con qué devoción y seriedad tomaba sus asuntos en relación a estos temas.
El simple hecho de que se le apareciera el ángel Gabriel como preludiando su gesta, no es menor ni queremos dejarlo correr.
La religiosidad del hombre bueno no navegaba por entonces en las aguas del misticismo. Nadie más alejado de esto que nuestro Cid. Pero no podía faltar la presencia de Dios en su gesta, no ya de la Iglesia sino del propio Criador quien, enviando mensajeros personales le asegure al Héroe el simple hecho que nada de lo que le suceda pasará inadvertido para El. Además, prepara emocionalmente al Elegido quien deberá soportar pruebas que ningún otro mortal podría siquiera imaginar. Pero ya vimos que no se trataba de hacerle comprender algún plan divino o que transmitiera algún mensaje a los suyos. Con recuperarle terreno a los moros, Dios se daba por cumplido.
e) La vital importancia que tenía para Rodrigo el poder contar con la presencia de su amada doña Jimena y sus hijas con él.
La figura de Jimena tenía su contracara, y era la de Doña Urraca, aquella hija del rey Fernando I y hermana de Alfonso quien tuviera una ambición y sed por el poder que sólo se les reconocía a los varones de la realeza. Se cuenta que doña Urraca vivió enamorada de nuestro Héroe –en el Romancero se lo dice expresamente- y que el rechazo absoluto que recibiera Rodrigo dentro de la corte de Alfonso respondía al despecho de la Doña (quizás alguna vez buscara en Rodrigo el consorte indispensable para derrocar al propio Alfonso).
Jimena no tenía la realeza de Urraca. Pero era de condiciones morales semejantes a las del Héroe y porqué no también -probablemente- de mayor atractivo físico...y mucho más joven. Que cosas pasan por la cabeza de una mujer desairada en amores es algo a lo que no nos atrevemos siquiera a agregar ni una línea más. Y si con escoger hija de vasallo en vez de hija de un rey Rodrigo pretendió limitar así la índole de sus problemas, ya vemos que tal cosa no ocurrió: bastó con que los ojos de doña Urraca se posaran en él para que tuviera problemas de reyes entre reyes. Y como los condes también le envidiaban la suerte al desterrado, Rodrigo, bastardo como era, se ganó su espacio entre los grandes a fuerza de recuperar para sí el derecho a ser aceptado nuevamente en tierra castellana.
Permítasenos una disgresión en este punto para resaltar la importancia de la figura de doña Urraca Fernández, Infanta de León y Señora de Zamora. Entendemos que nuestro juglar encarnando "la Voz de los Pueblos" tome partido por el Cid lo que a veces conlleva un injusto tratamiento a quienes le combatieron. Como figura política, doña Urraca merece un tratamiento serio no desprovisto de honor. Pero no será aquí donde lo reciba.
Y en cuanto a Jimena, mucho tuvo que padecer el brazo vengativo de su primo Alfonso y de doña Urraca. El ultraje de sus Hijas fue solo la coronación de una serie de malos tratos que se iniciara penosamente con el destierro de su marido. A la muerte de Rodrigo, poco tiempo pasaría para que Valencia fuera abandonada e incendiada de manos de Alfonso a los almorávides. Ya no había Cid que la preservara.
Volvamos al Cantar.
f) En cuanto a los infantes, creo que lo expuesto es suficiente. La cobardía y la vileza son prendas que no envejecen jamás. Sus actos suenan hoy tal y como sonaban hace mil años.
Lo que sucede es que en sociedades rígidas como aquellas, el violentar los estamentos dejaba al involucrado a la merced del gobernante, sea un conde o el propio rey. Y si los involucrados tenían acceso al poder, demás está decir que la justicia actuaba de modo inequívocamente parcial, tal y como viene sucediendo de mil años a esta parte.
El hecho que el Cid fuera una figura tan importante para la península entera, moros y cristianos, obligaba a Alfonso a llamar a la cort. Creo que, de haber muerto ambas hijas –el juglar puso especial énfasis en este punto- por no mediar testigos presenciales de los crímenes y por lo influyente de los involucrados, los de Vanigómez, poco hubiera podido sostenerse un juicio en estas condiciones. Al sobrevivir ambas, alcanzaría el Cid a ver compensado el ultraje, y el rey Alfonso quedaría bien parado frente a su pueblo al tiempo que sin reproche alguno por parte de la nobleza.
Rodrigo Díaz de Vivar. Una vida digna de ser recordada. Todo un Poema.