miércoles, 9 de febrero de 2011

1- Epoca Primitiva (Siglos XII a XIV)

Toda Edad tiene su música y su poesía.

No es extraño que el común de las gentes asocie a la Edad Media con herejías, con pontificados armados para el combate celeste y para el terreno, con principados, razas y religión en constante ebullición, en busca permanente por sintetizar, por encontrar formas lógicas de unidad en materia geográfica y política. Una Iglesia crispada empantanada entre problemas sin clave; los juicios de Dios punzando la tierra en combates que enfrentan cascos emplumados, lanzones, tarjas, banderolas y caballos orlados y rampantes; en una sonora abadía benedictina de estilo románico; en un castillo y en un salón dentro del castillo en donde alguien despliega en un infolio de pergamino a la vera de una espada...una noche de éxtasis, unos versos amoldados a una melodía alguna vez escuchada, seguramente copiada.

Así se nos figura esta Edad. Con respeto y admiración metemos baza en el asunto.

Heterogénea en sus expresiones, ha logrado merecer los honores que por alguna razón se le negaran cuando se la consideraba un mero pasaje entre la barbarie de la Antiguedad y el Renacimiento.

Es heterogénea y es homogénea. Sus vertientes, perdidas en sombras y lejos al menos de nuestro alcance, confluyeron en tres pilares que terminarían dando una uniformidad bastante clara y de presencia indubitable en el razonamiento, el estilo, los temores... tanto como en la acción. Estos pilares fueron la unidad religiosa en el Cristianismo de la Iglesia Romana, cuyas jerarquías y teología primaban sobre las ciencias, la unidad política en torno al Sacro Imperio romano germánico, y la unidad cultural cimentada sobre una lengua universal, el latín, que igualmente servía tanto para los asuntos de la corte como los de la cátedra; para los dramas religiosos...y para el amor.

En este contexto aparece dotada de un halo de magia la lengua romance, de la que cada país dará muestras de ostentación a su debido tiempo.

Y con ella, un sentido poético.

La nobleza guerrera, cazadora, conspiradora; la clase servil, completando el cuadro de regocijo y de felicidad de su señor; la clase religiosa aislada en monasterios, completando un cuadro místico que tornaba a cada ser en parte de un cuerpo llamado Cristianismo.

Es propio de cada clase, aún sin tener conciencia clara de sí misma -salvo para el caso de la nobleza-, el tener sus propios temas, afanes, temores y escapes.

Los serviles, con sus sueños rotos, su esperanza de vida eterna y sus pasiones siempre presentes y sin maquillaje.

Los religiosos y sus hechos pios, sus milagros, sus hallazgos.

Y los nobles y la gesta, la ambición, la espada.

Todas ellas tenían sus mesteres, sus poetas.

Los de juglaría, escribían para nobles y serviles. Los de clerecía, para los religiosos. Igual esto es a solo efecto ilustrativo: nunca fueron compartimentos estancos ni asuntos divorciados.

La literatura castellana tampoco se sustrajo al hecho que tanto se subrayara en las otras manifestaciones artísticas en relación a la primacía de la épica por sobre las formas líricas, situación que se irá alterando en favor de éstas últimas con el transurso de los años. En el principio era la acción, deliberada, violenta, ambiciosa. La creación poética espontánea no hace sino recrear hechos extraordinarios que merecen ser cantados e inmortalizados.

Pasaría bastante tiempo para que las sutilezas del sentir y del pensar ocuparan su lugar en el estrado. Pero insistimos, nada actúa de modo excluyente. Conviven en varias ocasiones monumentos de la épica dotados de cierto lirismo rudimentario y hasta de cierto sentido dramático. Pero el elemento impersonal, objetivo y épico será la tónica y lo preponderante.

La poesía épica vio la luz en el alba de la lengua romance. Y tres son sus posibles vientres.

Menéndez Pidal sostiene que los godos dejaron en Francia y llevaron a España sus cantos y sus formas poéticas de inspiración épica. Y en España su desarrollo tuvo como componente vital y característico su esencia patria. Ya en el siglo X la épica propiamente española generaba sus propias obras y fue durante la segunda mitad del XI su desarrollo sostenido y acelerado. Es para estos tiempos que aparecen rasgos coincidentes con ritos o costumbres germánicas tales como el desafío entre campeones, la venganza, la fidelidad al señor, entre otros tópicos relevantes. Si los motivos acercan a Germania, la métrica lo hace a Francia. Seguramente la imitación fuera determinante en sus orígenes, pero esos rastros son imposibles de precisar; no al menos desde estas páginas.

Don Julián Ribera sostiene el origen árabe de la épica española.

Se basa en el seguimiento de una epopeya andaluza durante los s. IX y X; en los nombres y alusiones árabes encontrados, en la simpatía por determinados príncipes y reyes musulmanes... Cree Ribera que si de la España árabe, la nación más civilizada de la Europa por esos tiempos, partieron influencias científicas y artísticas así como la filosofía, la astronomía, la lírica andaluza, música, medicina, cuentos y relatos, ¿por qué no habría de acontecer lo mismo con la épica tan familiar entre los romeros, cruzados y cortesanos?

Aventuramos desde la oscuridad y la distancia que la épica española debe sus albores a todas estas causas. Es imposible que estando en contacto castellanos y musulmanes desde el siglo IX no se transmitiera el influjo de éstos tanto en los temas como en su modo de abordarlos. La hospitalidad solemne, la reparación del homicidio, los ejércitos, asuntos que hasta el siglo XV frecuentan nuestro tema de marras.

El nacimiento de la lírica castellana ya es un asunto mayor que ha sucitado las discusiones más prolíficas.

La lengua provenzal, lengua romance, desarrollada durante el siglo XI en el sur de Francia es sin dudas un influjo insoslayable.

La galantería que adornaba las cortes feudales es el marco en que se desarrollan y expresan sentimientos refinados y particulares de ciertas relaciones íntimas. El discreteo, el cortejo amoroso, los motivos de la danza, cuyos orígenes remotos nos llevan a ciertas tradiciones romanas como las fiestas mayas, saturnales, floralias, báquicas y venusinas. Juglares incansables combinaron estos motivos con otros de tinte religioso como el culto mariano, siendo María en este caso tratada con el respeto y la solemnidad como se trataba a la dama de los ensueños.

De las poesías zéfeles y muwassahas del Cancionero de Abencuzmán, cantadas a voz en jarro en las esquinas y en las ferias, se ha intentado demostrar la influencia árabe por sobre el cancionero provenzal cuyo artífice sin dudas fuera el conde de Poitiers, el primer trovador; así como en las cantigas de Alfonso X y en el arcipreste de Hita. Dice nuevamente Ribera "la clave misteriosa que explica el mecanismo de las formas poéticas de los varios sistemas líricos del mundo civilizado de la Edad media está en la lírica andaluza a que pertence el cancionero de Abencuzmán".

Don Marcelino Menéndez y Pelayo pareciera dudar de esto ultimo

"Pensar que de la poesía de estos artificiosísimos retóricos del tiempo del califato andaluz y de los reyes de taifas podía pasar cosa alguna al arte simple y rudo -si es que podemos llamarlo "arte"- de los primitivos castellanos, ha sido un inexplicable delirio que únicamente a la sombra de la ignorancia y de la preocupación pudo acreditarse. Todo contribuía a aislar la poesía de los árabes y hacerla incomunicable; su carácter cortesano y aristocrático, su refinamiento académico, su languidez sensual y sobretodo, sus mil artificios de forma que aún para los orientalistas más probos la convierten en un verdadero logogrifo(...).
De la poesía lírica nada pudo ni pasó a la Edad Media y nada pasará después como no sea por el capricho fugaz de eruditos y artistas (...) como es de ver en el seudo orientalismo romántico". Yo no me atrevo siquiera a insinuar que las ideas que vinculan a unas y a otras no suenan del todo descabelladas.

Un párrafo completo del maestro Sáinz de Robles, de quien tomamos y robamos amorosamente muchas de nuestras afirmaciones y de quien aprendimos a conceptualizar temas tan lejanos a nosotros, en este lado del Atlántico:

"La lengua de oc -la de la Provenza- se transformó en lengua literaria en todos los países comprendidos ente el Loira y el Ebro; fue (...) la lengua maestra de todas las lenguas vulgares (...) por haberles impuesto su técnica, sus metros y modelos de versificación y su peculiar y artificioso vocabulario. El éxito de los trovadores provenzales quizás se desprenda del contraste con la poesía épica dura, sencilla, vibrante; contraste en los temas, en la recitación y en los reflejos de la vida. La poesía provenzal era lo blando, lo dulce, lo amoroso, lo cortesano. Cuanto había de amanerado, monótono o trivial de esta lírica importada -o conquistadora- quedaba compensado con la exaltación del YO que surgia entre gentes acostumbradas a la acción y desconocedroras de la contemplación".

Tan intenso como fugaz fue el resplandor provenzal.

Trovadores comenzaban a animar castillos y plazas con sus propias experiencias dotadas de algo almibarado no excento de picardía: ¡miré usted que definición al paso que le dejamos de la poesía lírica!

Aparece entre sus temas escogidos la galantería, la perfidia en el consejo de los señores, la ira y el desengaño; también el sermón moral, el canto del cruzado y claro, serenatas, albadas, cuentos eróticos, pastorelas y vaqueras; recorriendo la gama lírica a lo ancho, describiendo el estado moral de aquella extraña sociedad que unía la petulancia de la juventud y el candor de la barbarie con el escepticismo y la reflexión de la vejez. Todo esto...¿le dice algo?

Bien pudo -cabe agregarse a este punto- adjudicarse algo de paternidad sobre nuestro tema la lírica hebraico hispana. Su gravedad y religiosidad, rasgos tan encontrables en la lírica castellana, se emparenta naturalmente más que la algarabía y frivolidad de los árabes. Llegada la ocasión estudiaremos los versos del rabí Sem Tob (siglo XIV) para hallar puntos de contacto.

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Quienes recabaron en el acervo del pueblo y dentro de sí mismos para legarnos el manojo perenne de poesía tan antigua fueron los trovadores y los monjes.
A la disipación de unos y al recogimiento de otros debemos tesoros invaluables.

A los primeros, junto a los juglares, debemos lo que conocemos como mester de juglaría. Si entendemos por Trovador a quien canta, entendamos por juglar a quien recita. Esto no es estrictamente así, pero así podemos definirlo a modo de buen romance.

Balada era la poesía amorosa entonada.

Debate era el diálogo entre dos personajes a veces pueril, satírico, donde se toma a broma la virtud de la mujer, el valor del hombre, la edad y el vigor amoroso, las delicias del hogar... cuestiones todas generalmente zanjadas por un tercero alegórico...un clérigo, por ejemplo.
Canción era el género poético y musical que iniciaba con una loa hacia el intento amoroso resolviéndose en un ritornelo o endreça.
El alba era el canto de despedida del amante que debe dejar a su amada en el lecho con las urgencias por todos intuída. Romeo dejando a Julieta ante el primer canto de la alondra es un claro ejemplo.
El serventesio era la sátira que encargaban los nobles para parodiar a sus enemigos.

Lo cortesano, lo frívolo y lo pagano, todo entraba en el mester de juglaría. la gracia y el patetismo de la época quedaron inmortalizados por estos juglares y trovadores.

Al mester de clerecía debemos los afanes místicos, la búsqueda de arcanos, los misterios del alma, lo solemne. Todas estas virtudes se concentraban dentro de las paredes de los monasterios medievales; recintos donde también se salvara de perecer montones de títulos de la literatura clásica.. Monjes copistas y creadores se encargaron de legarnos perlas del saber. la palabra clerecía admite ser sinónima de cultura. Señalan Hurtado y Palencia que este mester era más bien una escuela literaria representada por clérigos de la Edad Media quienes además de su perfil eclesiástico eran hombres de letras.
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Entre los siglos XII al XIV los principales monumentos de la épica castellana son

- Cantar del Mío Cid (c. 1140)
- Gesta de los siete infantes de Lara (c. 1180)
- Gesta de don Sancho II de Castilla (inicios del s. XII)
- Roncesvalles (s. XIII)
- Cantar de Rodrigo (mediados s. XIV)

Entre los poemas de origen francés o provenzal se destacan, tanto en lo épico como en lo lírico

- Vida de Santa María Egipcíaca (s. XII)
- Libro dels tres Reis d'Orient (s. XII)
- Libro de Apolonio (s. XIII)

Dentro de la lírica castellana estas son algunas de las obras salientes

Mester de clerecía

- Berceo
- Libro de Alexandre
- Poema de Fernán Gonzalez
- Vida de San Idelfonso
- Proverbios del sabio Salomón
- Poema de Yússuf
- Arcipreste de Hita
- Pedro López de Ayala
- Libro de miseria de homne

Mester de juglaría

- Razón de amor
- Elena y María
- Cantigas
- Cancioneros gallego portugueses
- Sem Tob
- Pedro de Veragüe